La doble discursividad de un gobierno, nunca cerca de la ingenuidad, es un juego perverso del que somos víctimas los sectores menos poderosos.
En un tiempo, durante la crisis, algunos medios estadounidenses alertaban sobre un "giro hacia el socialismo" por la rápida intervención estatal para salvar bancos y entidades financieras de la quiebra. Este socialismo no alcanzó para salvar a los millones de afectados por el derrumbe económico, o para llegar a tiempo cuando el Huracán Katrina destruyó ciudades y miles de hogares pobres del sur de su propio país.
Ahora, el turno de la intervención estatal le toca a la emisión de gases de efecto invernadero. Aquí es donde se ve la cara real del discurso, con el fracaso de Copenhague, que muestra a las claras en qué conceptos se ancla el pensamiento del gobierno del país más poderoso del mundo.
Los intereses de sus grupos económicos son los que dirigen las políticas de quien se presentaba como un cambio, una nueva etapa de ser Estados Unidos.
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